Una creencia tenaz y persistente asegura que los masones desencadenaron la gran revolución de 1789 y que, en el secreto de sus Templos, prepararon un vasto complot para destronar a los reyes y sacrificar la religión.
Desde 1791, lo encontramos expuesto por el abate Lefranc, quien veía en la actividad de las Logias la ejecución de un “siniestro proyecto” que daría lugar al despotismo nacional; “es la masonería la que ha engañado a los franceses a encarar la muerte sin aspavientos, a manejar con intrepidez el puñal, a comerse la carne de los muertos, a beber en sus cráneos y a ganar a los pueblos salvajes en barbarie y en crueldad”.
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En 1797, el abate Barruel daría a este mito su expresión más conocida: la Revolución es el resultado de un complot, preparado por los filósofos y tramado en las Logias. Nada se había dejado al azar en esta empresa: «En la Revolución francesa -escribe Barruel- todo ha sido previsto, meditado, combinado, resuelto, estatuido: todo ha sido efecto de la mayor infamia, puesto que todo ha sido preparado y realizado por los únicos hombres que conocían la trama de las conspiraciones urdidas tempranamente en las sociedades secretas y que han sabido escoger y provocar los momentos más propicios para los complots». Aunque la tesis de Barruel ha sido abandonada por los historiadores, la idea de que los masones contribuyeron a la preparación y, mas tarde, a la explosión de 1789 subsiste aún.
¿Se adhirieron los masones realmente a la ideología de las Luces?¿propagaron los ideales de libertad, igualdad y fraternidad; las ideas de tolerancia y progreso? En definitiva, ¿cual fue la actitud de los masones en vísperas de 1789 y después de 1789?
La Masonería y el mundo de la Ilustración
Hay que partir de una constatación admitida por los historiadores: en el siglo XVIII, los masones fueron ortodoxos en religión y leales en política. La masonería fue católica en Francia, pues Francia era católica. La presencia masiva en las listas de las Logias de monjes mendicantes y de vicarios seculares confirma esta afirmación. Ferrer Benimeli ha encontrado más de tres mil quinientos eclesiásticos y no cabe duda de que un análisis exhaustivo de los archivos permitirá aumentar sensiblemente esa cifra. Ello significa que de los alrededor de 30.000 masones existentes en la época, más del 10 % eran miembros de la Iglesia. Algunos sacerdotes eran venerables de Logias. Amiable cuenta 27 en vísperas de 1789, e incluso existían Logias en algunos conventos, como en el de Clairvaux en 1785. Todas las Logias exigen a sus miembros la ortodoxia en cuestiones de religión y es incontable el número de Te Deum solicitados en el siglo por las Logias masónicas. No contentos con exigir la asistencia a los oficios religiosos, los masones de Burdeos crearán en 1775 una misa escocesa.
Los masones fueron también leales en política. Este extremo puede apreciarse, por ejemplo, en el reglamento de Los Amigos constantes, del Oriente de Toulon: “Los reyes, los soberanos son la imagen de Dios sobre la tierra, de tal manera que cada hermano tendrá a mucha honra ser un súbdito fiel de su Príncipe; respetará a los magistrados y las leyes, no hablará ni escribirá nada contra el Gobierno y no se discutirá nunca en la Logia en torno a los intereses de los soberano”. Parecidas prescripciones se encuentran en logias de Toulouse, Lectoure, Coutras, Burdeos, Le Mans, Marsella.
No cabe ninguna duda de que los hermanos fueron ortodoxos en religión y leales en política. Pero, ¿cómo podría haber sido de otro modo en la Francia del Antiguo Régimen, donde las asociaciones estaban proscritas y el catolicismo era la religión del Estado? ¿Cómo hubiese podido sobrevivir la masonería si no hubiese dado pruebas de fidelidad a la monarquía y de ortodoxia religiosa? Conviene recordar que la masonería había sido prohibida en diferentes Estados (Dinamarca, Países Bajos, Suiza, Turquía) y que el Papado había hecho públicas dos bulas amenazando con la excomunión a cuantos pudieran sentirse atraídos por esta institución. Y también es sabido que la represión fue terrible en los países en los que la Inquisición hacía estragos (España, Portugal, Estados Pontificios).
Sin embargo, existen una serie de datos y de indicios que prueban que la masonería participó en el movimiento de las Luces. Procedente de una Inglaterra que ha hecho ya su revolución, la masonería se instala en Francia en unos momentos en que la sociedad aspira a la libertad después de la muerte de Luis XIV. Ahora bien, la masonería se presenta precisamente como garante de la libertad, puesto que se propone acoger a todos los hombres de bien.
Apartada del poder durante el reinado de Luis XIV, la alta nobleza que había participado en la Fronda, toma su revancha durante la Regencia, constituyendo el partido de los Duques. Y es bien significativo de hecho de que sean precisamente esos «Duques», grandes aristócratas, príncipes de sangre, quienes se inician en la masonería cuando la implantan en Francia los viajeros ingleses. La masonería es de origen protestante y sus importadores en Francia son esencialmente jacobitas, es decir, católicos romanos. Luis XV y Fleury quieren conservar las buenas relaciones con Inglaterra y, al mismo tiempo, la mayoría de sus ministros pertenecen a la Orden. Pero, para asegurarse su lealtad, hacen dimitir a Lord Derwentwater, católico, y lo substituyen por el duque de Antín, también católico, pero galicano.
Algunos masones concebían ya en 1737 que, so capa de deísmo, la Orden podía orientarse hacia una religión natural en la que habían de desembocar fatalmente todas las Iglesias. El temor de Ramsay se transforma rápidamente en algo real en la práctica masónica. En 1744, la logia La Francesa del Oriente de Toulouse adoptó la decisión de no exigir en adelante a los nuevos iniciados que prestasen juramento sobre el evangelio de S. Juan. Es cierto que la logia Inglesa de Burdeos reaccionó inmediatamente contra este acuerdo. Pero la decisión ya había sido tomada. La evolución de los rituales masónicos confirma esta tendencia. Su examen prueba que se secularizan. En el rito francés ya no se trabaja bajo los auspicios del Gran Arquitecto del Universo y la finalidad de la masonería es puramente laica. También se podría mostrar que la elección de los títulos distintivos de las logias se inscribe cada vez más en el sentido de la ideología de las Luces. El tema dominante es el de la Amistad, la Concordia, la Unión, los Corazones, la Armonía, la Beneficencia, la Fraternidad, etc.
Los masones y la Revolución
Está demostrado que los masones no participaron en conspiración alguna. Pero también es seguro que reuniendo hermanos de cualquier confesión y origen se podría llegar a la conclusión de que la masonería ha contribuido a la desestabilización de la sociedad del Antiguo Régimen, de la que formaba parte.
Socialmente, el masón medio pertenece a la pequeña nobleza o a la alta burguesía. El masón se considera un ciudadano perfecto, fiel a su religión, pero sin supersticiones, a la manera ilustrada; también es tolerante, benéfico, respetuoso para con los misterios masónicos; virtuoso, pero su vida no es severa; juicioso, sin desdeñar los inocentes placeres de la vida; sociable y sensible con los hermanos, huye de los sentimientos violentos: se trata de evitar por todos los medios los conflictos con los hermanos, forma de urbanidad muy propia del siglo XVIII. Está claro que en el siglo XVIII no se entraba en la masonería para hacer política. Pero las logias fueron también, al mismo tiempo, centros de beneficencia y, con toda probabilidad, de sociabilidad.
En el último tercio del siglo XVIII, Francia se encuentra en crisis: agobiada por los impuestos, las cajas están vacías. Es sabido que para hacer frente a esta situación que se agravaba por momentos, Luis XVI aceptó, a instancias de su ministro Calonne, convocar una asamblea de notables encargada de aprobar la política financiera del ministro. La mayoría de sus miembros eran masones. Calonne propuso la igualdad fiscal, que fue rechazada por todos los hermanos y por el alto clero, con la única excepción del masón Montmorency-Luxembourg, gran administrador del Gran Oriente, que la aprobó.
¿Qué deducir de todo ello? En primer lugar, que los masones estaban divididos y que el administrador general, en su calidad de jefe del Orden, no había logrado imponerles una política común. En segundo lugar, que enfrentados al problema de la igualdad fiscal, los masones de la nobleza se acuerdan de sus privilegios y los reclaman.
Todos los historiadores hacen notar que hacia 1780 la Orden se resiente de la crisis que afecta al mundo profano. Los clubes, las sociedades de lectura, las agrupaciones de toda índole que proliferan en esos momentos ponen de manifiesto que ya no se considera a las logias como el lugar por excelencia donde podría saciarse la sed de libertad y de pensamiento que caracteriza a los años finales del siglo. Si encontramos gran número de masones en los clubes es porque el Templo, en el que se habían desarrollado todos esos ideales de libertad, igualdad y tolerancia, no colmaba ya las apetencias de muchos masones pertenecientes con frecuencia al tercer estado o a la aristocracia liberal. Las logias se vacían de 1787 a 1793. Tenemos algunas cifras referentes a Marsella, Toulouse o Lyon, y esas cifras indican en todos los casos que los efectivos de las logias descienden aceleradamente.
Pero puesto que la logia no era ni un club, ni una célula de resistencia, como tampoco lo es en nuestros días, era necesario buscar los medios de esa transformación en otra parte. Y eso es lo que hicieron cantidad de hermanos. Es, pues, natural que muchos masones lo encontrasen en el combate político. En los Estados Generales 214 eran diputados masones de un total de 1165 miembros. Pero esos masones no constituyeron nunca un grupo disciplinado y nunca votaron unánimemente en los grandes debates. Según Lamarque, se les puede dividir en tres grupos de desigual importancia: un centenar de ellos (de los cuales una decena pertenecía al clero, alrededor de cuarenta a la nobleza y los demás al tercer estado) se pronunciaron constantemente en favor de las medidas revolucionarias; alrededor de cincuenta tuvieron una actitud carente de relieve, incluso equívoca; y el resto adoptó la causa del Antiguo Régimen.
Para terminar, un ejemplo significativo. Un centenar de masones fueron detenidos en Toulosuse y de ellos 37 murieron en el cadalso. Cuando se sabe que ese martirologio comprende más de la mitad de los parlamentarios guillotinados en 1794 (de los 52 magistrados ejecutados en París del 1º de floreal al 26 de prarial 27 eran masones) ¿se puede todavía pretender que los masones han querido y preparado colectivamente la revolución?
Así, para concluir, se puede afirmar que si bien la masonería no ejerció gran influencia en el desarrollo de la Revolución, la Revolución transformó profundamente a la masonería.
Extractado de: Charles Porset, “La Masonería y la Revolución Francesa: del mito a la realidad” (Universidad de París-Sorbonne), en J. A. Ferrer Benimeli (coord.),Masonería, Política y Sociedad. Actas del III Symposium de Metodología aplicada a la Historia de la Masonería Española, Zaragoza, 1989, Vol. I, pp. 231-244.
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