El de Francisco Ferrer y Guardia (1859-1909) es un caso cerrado pero no resuelto. No cabe duda de que se inició en la masonería siendo todavía bastante joven, con menos de veinticinco años, y que trabajó algún tiempo para el líder republicano Manuel Ruiz Zorrilla, también masón y posible introductor del joven Ferrer en la doctrina masónica.
Sin embargo, nos llama la atención que en el Diccionario enciclopédico de la masonería, de Frau-Arus-Almeida, no haya ninguna mención a Ferrer i Guardia. Aunque su primera publicación se remonta a 1883, con posterioridad Luis Almeida introdujo un buen número de añadidos, incluido Azaña, de una generación posterior al famoso libertario. No deja de ser una curiosidad reseñable. ¿Por qué no aparece Ferrer i Guardia en una de las más importantes fuentes de información sobre la masonería? Es sólo una de las tantísimas preguntas que quedan sin respuesta al tratar sobre la obra y milagros de este curioso individuo, de vida ajetreada y final trágico.
Como en muchos otros casos, se trata de una figura que provoca controversias apasionadas entre polos opuestos, quedando el enfrentamiento entre sus amantísimos abogados y sus furibundos difamadores en un cero a cero que nada aclara y que los pone en una evidencia vergonzosa. Por supuesto, ambas posturas nos parecen igualmente risibles, por exageradas y radicales, pues colocan al personaje en cuestión en el infierno de los perversos demoníacos o en el paraíso de los humildes ungidos de santidad.
Llevado por la curiosidad, y después de leer bastante sobre el sujeto en cuestión, yo me he preocupado en buscar algunas fotos de Ferrer i Guardia para comprobar por mí mismo qué clase de cara puede tener un tipo que, según nos cuenta don Ricardo de la Cierva con su habitual contundencia: “era realmente un lunático que había establecido en Barcelona la llamada Escuela Moderna, que consistía realmente en una escuela de anarquía en la que tenía cabida toda clase de aberraciones”. Por su parte, Pío Moa, en un reciente artículo en el que aprovechaba para atacar a los socialistas, decía del masón y libertario lo siguiente: “fue un exaltado, de ideas realmente simples, por no decir simplonas”, y justifica su comentario añadiendo unas frases de Ferrer para que no quepa duda de la verdad de su aserto: “Vivamos en República, tengamos al frente de los municipios a hermanos nuestros que organicen la administración, nos eduquen y repartan los impuestos de modo que todo el mundo tenga qué comer". El propio Moa añade en su artículo una serie de referencias culturalistas, ahora referidas a la famosa Escuela de Ferrer, a la que él denomina “talibanesca” con simpático anacronismo. Veamos sólo una de ellas, la de don Miguel de Unamuno, que se muestra exigente: “la obra de incultura y barbarización de aquel frío energúmeno, de aquel fanático ignorante".
Por la otra parte, en una bonita hagiografía muy documentada de un pedagogo malagueño llamado Antonio Nadales Masegosa, se repasan los postulados de la propuesta educativa de un Ferrer i Guardia preocupadísimo por cuestiones tan hermosas y chorreantes como: “El desarrollo natural de la infancia, la solidaridad, el apoyo mutuo, el trabajo `por gusto' y no por explotación, la libertad, el amor, la felicidad”. El final de la ponencia del malagueño no tiene desperdicio, y supone una apasionada reivindicación de la memoria de Ferrer i Guardia. Dice así: “Eso es lo mejor que podemos hacer por Ferrer Guardia, y por todas aquellas personas que han dejado su vida por nosotros, no lo olvidemos nunca o seremos ignorantes”. Sin duda, el autor sabrá disculparnos si nos quedamos tan solo en el intento.
Pero es en un interesante libro de Francisco José Cuevas Noa, titulado Anarquismo y Educación, donde nos hemos encontrado, muy bien expuesto, el planteamiento educativo que Ferrer i Guardia llevó a cabo en su Escuela Moderna de Barcelona, que funcionó entre 1901 y 1906. Me limito a seleccionar los siguientes párrafos. Juzguen ustedes:
“...el principal cometido de la escuela debe ser el de que el niño conozca el origen de la desigualdad económica, la falsedad de las religiones a la luz de la ciencia, el error del patriotismo y del militarismo y la esclavitud que supone la sumisión a la autoridad. El ideario pedagógico de Ferrer se decanta claramente por el papel de creación de conciencia sociopolítica de la escuela, aunque como sostiene acertadamente B. Delgado en su obra sobre la Escuela Moderna, Ferrer y Guardia hacía `pública confesión de que había que respetar la inteligencia y la libertad del niño declarando que el buen maestro era capaz de prescindir de sus propias ideas de adulto'.
Ferrer se decanta en sus escritos por el naturalismo pedagógico o educación natural, pero la aparente contradicción que señala Delgado con su acusada orientación política (que queda patente en textos escolares y consejos dados a los profesores de la Escuela Moderna) se resuelve teniendo en cuenta la diferencia del naturalismo pedagógico de nuestro autor con el resto de su marcada dimensión social. Se trata, pues, de dejar que la naturaleza opere en el niño, que se desarrolle libremente sin represiones, pero con el objetivo último de que este respeto por la evolución del niño lleve a formar personas que se comprometan con la revolución social”.
En cuanto a las influencias que había recibido el fundador de la Escuela Moderna, y que sostenían su propuesta pedagógica, nos dice Cuevas Noa:
“Para comprender el ideario educativo de Ferrer y Guardia es necesario comprender que deriva de su propia experiencia e ideas revolucionarias previas. Este educador procedía de las filas revolucionarias del partido republicano de Ruiz Zorrilla, y durante su largo exilio en París fue comprendiendo que la acción revolucionaria necesitaba apoyarse en un trabajo educativo previo que creara nuevas mentalidades dispuestas a llevar a cabo el cambio social. Así, nuestro personaje va pasando de una visión “insurreccional” a una visión “pedagogista”, en la que entiende que es necesario poner en marcha nuevas instituciones donde se formen las nuevas mentalidades. Esas instituciones son la escuela racionalista y el sindicato revolucionario (cuyo papel es organizar a los trabajadores para acabar derrocando al capitalismo mediante una huelga general revolucionaria).
Las influencias ideológicas que Ferrer recibe son las del anarquismo, el positivismo y el librepensamiento laicista de la nueva modernidad de fines del siglo XIX y principios del XX, en el que pesa decididamente su pertenencia a la masonería. En el plano pedagógico influyen ampliamente las ideas de educación integral que Paul Robin ensayó en Cempuis, y los planteamientos educativos de autores como Rousseau, Tolstoi y Sébastien Faure”.
Como verán, nos encontramos ante uno de esos librepensadores que tanto abundaron y abultaron a finales del siglo XIX, un anarquista de salón, un libertario a la moda revolucionaria de los tiempos. En los retratos de la época, daguerrotipos gastados por el tiempo, nos encontramos ante un hombre envejecido prematuramente, un setentón de cuarenta y tantos años, de gesto grave y mirada profunda, de esas que no se olvidan con facilidad. En una de las más famosas tiene pinta de burgués acomodado, robusto y soñador, una importante frente y una barba canosa muy cuidada, en la que contrasta el bigote negrísimo. Debió de ser un hombre apuesto en su juventud, irresistible para las mujeres, con las que debía de sentirse poderoso. Si hiciéramos una etopeya del personaje a partir de esas fotos y sin conocer nada de su vida, afirmaríamos con rotundidad, pero sencillamente, que se trata de un hombre al que le gusta la buena vida, los placeres sencillos; un aspirante a pequeño burgués sin vocación de héroe, y mucho menos de mártir. Y probablemente acertaríamos.
Resulta divertido saber que se divorció de su mujer, Teresa Sanmartí, por discrepancias religiosas. Yo me imagino a la pareja en la salita de su casa, tomando el café con toda la ociosidad del mundo y leyendo el periódico; él, la crónica política de los últimos días, indignadísimo por lo que sucede en el mundo; ella, repasando las necrológicas en busca de algún nombre conocido y santiguándose todo el rato, a escondidas del marido, que no ve con buenos ojos las costumbres de su devota señora. En fin.
Más tarde vivió en libertad libertaria con Leopoldina Bonal, y finalmente con una discípula aventajada, Ernestine Mounier, que al morir le dejó una interesante herencia con la que creó la famosa Escuela Moderna de la que hemos hablado anteriormente. Esto ocurrió en 1901. Pero en 1906, al bibliotecario de su escuela, Mateo Morral, se le ocurrió atentar contra la vida de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia el mismo día de su boda. El atentado ocurrió en Madrid, al final de la calle Mayor. El magnicida lanzó una bomba al paso de la comitiva del rey, que provocó la muerte de varias personas. Pero tanto el rey como la reina salvaron la vida.
¿Estuvo implicado en este atentado el famoso educador catalán? Es una de las preguntas lógicas que podríamos hacernos. Por supuesto, su escuela fue clausurada de inmediato, y Ferrer i Guardia detenido como promotor del suceso. Fue encarcelado y juzgado, y meses después declarado inocente y puesto en libertad. Al parecer, su detención se había llevado a cabo gracias a la colaboración de otro anarquista, un tal Nakens de apellido. ¿El método utilizado? Un clásico de todos los tiempos: la simple y siempre sospechosa delación. A pesar de haber quedado libre de cargos, muchos especuladores del caso piensan que era realmente culpable, pero no aportan ni una sola prueba que sirva para esclarecer los hechos. Se limitan a decir, una vez más, que la maquinaria masónica movió sus hilos y el reo quedó libre.
Pero no acaba aquí la historia. Tres años más tarde, en 1909, Ferrer i Guardia se encuentra en su pueblo natal, Alella, cuando estalla en Barcelona, durante la última semana de julio, las revueltas revolucionarias que luego se conocerían con el nombre de “Semana Trágica”.
Como todo el mundo sabe, esta insurrección de carácter popular produjo una gran conmoción social durante el reinado de Alfonso XIII, además de alcanzar una notable repercusión en la política gubernamental del país. La Barcelona de principios del siglo XX era una ciudad en la que se habían alcanzado unos niveles de organización obrera y concienciación social muy considerables. El anarquismo estaba en auge; comenzaban a formarse los primeros grupos entre la clase trabajadora, ya fuera con carácter sindical o como simples ateneos o círculos de difusión doctrinal. Pocos años después, de estos primeros embriones sindicales anarquistas surgirían dos potentísimas organizaciones: la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que llegaría a tener más de un millón de afiliados en toda España.
Pero, ¿qué fue lo que provocó la revuelta de los ciudadanos? Para responder a esta pregunta conviene tener en cuenta que España venía manteniendo, desde hacía años, una guerra abierta contra las tropas norteafricanas del territorio marroquí, la famosa Guerra de África. Pues bien, ante el cariz que estaban adoptando los acontecimientos, al gobierno que presidía don Antonio Maura se le ocurrió reclutar a ciudadanos de la reserva y mandarlos como soldados a Marruecos, en su mayoría padres de familia con puestos de trabajo estables. El embarque del contingente de Barcelona se produjo el 11 de julio de 1909 y, pocos días después, las organizaciones obreras convocaron una huelga general para el 26 de julio, que tuvo gran seguimiento popular en Barcelona y alrededores, siendo duramente reprimida por el ejército. Pero fue al día siguiente, el 27 de julio, cuando las primeras noticias llegadas de África exasperaron los ánimos. El conocimiento de lo que había ocurrido en el Barranco del Lobo, donde más de mil barceloneses civiles perdieron la vida ante las tropas de Abd-el-Krim, desencadenó un auténtico motín popular, improvisado y espontáneo, de un furor y una rabia inútiles, sin una dirección clara, con un desarrollo caótico, que durante el 28 y el 31 de julio incendió un centenar de edificios y provocó más de cien muertos. La represión del ejército fue bestial, declarándose en Barcelona el estado de Guerra. Durante los primeros días del mes de agosto volvió la calma a los territorios sublevados.
¿Quiénes fueron los culpables de la Semana Trágica de Barcelona?, se preguntan todavía algunos eruditos de la pamplina histórica. Y siguen buscando los nombres y apellidos de los culpables en una revuelta tan deslavazada como ésa, donde el odio y el rencor acumulado del pueblo mostró su cara más ofendida. Por supuesto, no faltan quienes afirman que fueron los masones los instigadores de la revuelta.
Más de mil personas fueron arrestadas y, de entre ellas, cinco fueron ejecutadas como cabecillas de aquellos acontecimientos. Francisco Ferrer i Guardia, que ni siquiera estaba en Barcelona por aquellos días, sino en su pueblo natal, fue uno de ellos. Fue arrestado, juzgado por la vía militar y fusilado el 13 de octubre en los fosos del castillo de Montjuich, ante la indignación de la opinión internacional, que lo consideraba inocente de tales cargos. Las protestas fueron unánimes, y su muerte considerada un crimen de Estado, que al final provocó la caída del gobierno de Antonio Maura.
Hoy por hoy, nadie con sentido común puede mantener la teoría de que el pedagogo libertario participó como instigador en los acontecimientos de la Semana Trágica. Hasta la manipulación de los hechos históricos tiene sus límites. Por ejemplo, no deja de ser divertido contemplar el caso de don César Vidal en su libro Los Masones, para quien la Historia de la Humanidad es un simple enfrentamiento entre buenos buenísimos y malos malísimos, y donde, al reseñar la trayectoria vital del masonazo en cuestión, se queda en 1906 y oculta toda información sobre la trágica semana de Barcelona y el fusilamiento injustificado de Francisco Ferrer i Guardia, quien con toda probabilidad hubiese pasado a la historia como un educador mediocre, un masón olvidado y un anarquista de salón con ínfulas de pequeño burgués, si no hubiese sido la víctima inocente de este grotesco crimen de Estado.
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